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Los seres vivientes y los evangelios
Los evangelistas, los hagiógrafos, los escritores sagrados, han escrito los
evangelios bajo la iluminación de Dios. Dios respeta la individualidad de la
persona que escribe, por lo que el estilo general de la persona pasa al texto,
pero sin que ello interfiera con la transmisión del mensaje que Dios inspira al
hagiógrafo. De la misma manera ha ocurrido con todos los textos de la Biblia,
tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. Por ello, y teniendo esto siempre
en mente, es que no debemos caer en errores del tipo de pensamiento de que se
crea que Ezequiel escribió copiando a los paganos, o que Juan copió a Ezequiel,
sino que el escritor, el autor máximo siempre es el mismo –Dios-, y por lo tanto
si Dios le dio al pueblo hebreo una imagen de una idea, esa idea va a volver a
surgir en otro momento y de la misma forma. Porque la idea viene de Dios y es
Dios quién nos la muestra, entonces la imagen general va a primar por sobre la
comprensión individual de la persona que recibe la inspiración y de allí es que
puedan surgir diferencias entre los vivientes de Ezequiel y de Juan.
En el caso de los evangelios vuelve a ser Dios el que le inspira a cada
evangelista la historia, -más allá del recuerdo de hechos que han visto ellos
mismos o surjan de la investigación o de declaraciones de terceros-. Ese punto
de vista, esa mirada desde una personalidad, aspecto, o rol, es inspirada por
Dios para que prestemos atención a esos roles del Verbo que aún mostrados como
características, personas, o vivientes diferentes siguen siendo el Verbo, quién
en su encarnación terrenal recibe el nombre de Jesús.
Esto mismo es en otro nivel la misma Trinidad, ya que Dios mismo se muestra de
tres maneras, formas, personas, Padre, Verbo y Espíritu Santo, tres que son uno.
El evangelio de MARCOS y el ser viviente del León
La historia de Jesús escrita por Marcos –el León de la tribu de Judá-, ha
presentado a los judíos de una manera más suave que en Mateo y en Juan,
evangelios en los que existen pasajes notorios con un enfoque que podríamos
llamar más duro hacia los “judíos”. Esto puede ocurrir justamente porque la
mirada de Marcos es la de presentar la faceta del Verbo de pertenecer al pueblo
hebreo, al pueblo elegido y por lo tanto –en un punto-, valorar esa pertenencia.
En el evangelio de Mateo, por otro lado se presentan ciertas expresiones en la
narrativa del proceso a Jesús, que subrayan la culpabilidad judía. La más
importante de esas expresiones es el grito de la multitud: "Que su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Mt 27, 25). Esto aparece en
yuxtaposición con el sueño de la mujer de Pilato (Mt 27, 19), cuya función es
eliminar la culpa de la autoridades romanas y dejar claro que son los judíos
quiénes cumplen la tarea de matar al cordero de Dios (compárese con Mc 15,
1-20). En Mc 15 vemos que el cartel en la cruz dice “El rey de los judíos”.
Desde la perspectiva de Marcos Jesús es el rey de los judíos aunque ellos mismos
intenten negarlo. El Verbo al cumplir el rol de ser el Mesías, el ungido, el
salvador, es fundamental que sea parte del pueblo hebreo, del pueblo elegido,
descendiente de David y por lo tanto un judío, un descendiente de Adán.
Otra característica notable de Mateo es la última bienaventuranza (Mt 5, 11-12):
hay una diferencia crítica entre este fragmento y su paralelo en Lucas 6, 23. En
Mateo dice "pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a
vosotros", mientras que en Lucas dice: "pues de esa manera trataban sus padres a
los profetas". En estos dos ejemplos, el proceso a Jesús y la última
bienaventuranza, podemos discernir una tendencia polémica en Mateo, que está
ausente en Marcos. En un punto esta “ausencia” podría ser una forma de proteger
en cierta medida la imagen judía. En Marcos no se menciona la persecución a los
profetas.
El evangelio de MATEO y el ser viviente con rostro de hombre
El evangelio de Mateo se mueve en relación a la humanidad del Verbo.
Los cinco sermones (Mt 5-7; 10; 13; 18; 23-25), con sus correspondientes partes
narrativas que les sirven de encuadre pueden entenderse, a la luz de Mt 5, 1
(subida a la montaña) y de 5, 21-48 (antítesis) como una nueva versión de la ley
del Pentateuco. Así aparece Jesús como el Moisés verdadero, que descubre la
voluntad de Dios y la expresa para siempre: no ha venido a destruir la ley sino
a cumplirla y culminarla de una forma radical (cf. 5, 17-20). Más aún, siendo
auténtico Moisés, Jesús se muestra en las antítesis más alto que Moisés: como
revelación y presencia de Dios que dice su palabra decisiva de gratuidad y
perdón sobre la tierra, sobre la gente, sobre el humano.
En el centro de sermones y relatos, Mt conserva la figura del Jesús de Mc, como
Hijo de Dios que entrega su vida por los humanos, cumpliendo y superando con su
vida-mensaje la Ley del judaísmo.
Mt destaca el valor mesiánico de la no- violencia activa (cf. Mt 5, 21-26.38-48:
al principio y fin de las antítesis) y la exigencia de superación del juicio (7,
1-6). El judaísmo normal concebía la Ley, como expresión de un Dios que sanciona
y controla desde arriba a los humanos. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha
revelado la verdad de Dios como gracia, regalo fundante de la vida, la gratuidad
para esa humanidad encarnada. De esta forma expresa Mt algo que está al fondo de
Mc, pero que sólo llega a explicitarse plenamente en su nuevo evangelio: el
poder supremo de la gratuidad entendida como revelación de Dios. Así expande la
trama narrativa de Mc, incluyendo en ella sus discursos, pero no para negarla o
destruirla, sino para destacar la fuerza de la gracia.
El evangelio de LUCAS y el ser viviente con el rostro de buey
El animal al sacrificio y la misericordia de Dios
El bóvido, el buey, simboliza el sacrificio de Cristo en la Pasión, y por ende
el sacerdotal, pues es el animal por excelencia para el sacrificio, tal y como
señala san Ireneo[17].
La imagen del animal al sacrificio tiene dos lados, como una moneda. Por un lado
tenemos el rol de Dios, del Verbo, de representar ese animal que va al
sacrificio por los pecados de la humanidad. Por otro -si miramos desde el lado
de Dios-, vemos su misericordia infinita al tolerar este hacer de la humanidad
de matar animales y humanos para ofrecerlos a los dioses. Tanto en la humanidad
ancestral como ya en el pueblo hebreo y los sacrificios realizados por estos.
Claramente Dios nunca quiso sacrificios y se lo expresó a los hebreos a través
de los profetas. Decía: “Misericordia quiero, no sacrificios”[18]. En Lucas
tenemos estas dos facetas representadas, y por ello es el evangelio que más
desarrolla la misericordia de Dios.
17 - A finales del siglo II, fue Ireneo de Lyon el primero que relacionó el
tetramorfo con los Evangelios y señaló que el león expresaba el concepto de
realeza, el buey de sacrificio, el hombre de la Encarnación y el águila del
Espíritu que sostiene la Iglesia.
18 - Oseas 6,6-7: Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de
Dios más que holocaustos.
El evangelio de Juan y el ser viviente con rostro de águila
JAN, el Águila
El evangelio de Juan, -junto con el libro de la Revelaciones, el Apocalipsis, y
las cartas de Juan-, es la mirada más teológica y elevada que alcanza cotas de
comprensión de la divinidad imprescindibles para entender la realidad de Jesús.
Mientras los tres evangelios sinópticos nos muestran facetas, roles de la
divinidad que tienen que ver con lo terrenal Juan va hacia lo trascendental
mucho más allá de los que habían llegado los otros.
Según san Ireneo de Lyon es el signo del Espíritu que hace sobrevolar su gracia
sobre la Iglesia.
Desde el principio la iglesia comprendió este nivel de teología de Juan: un
"graffiti" sobre las piedras en ruinas de la antigua basílica de S. Juan en
Efeso, escrito con cierta torpeza en griego bárbaro, da testimonio de la
extensión de esta forma de verlo aun entre el pueblo más sencillo. Dice: "Señor,
Tú el Dios y Salvador nuestro y San Juan, su evangelista y teólogo, socorredme,
que soy siervo vuestro y pecador" (en: J. Keil, Forschungen in Ephesos, Wien –
1951 – IV/3280, n. 19).
En la puerta meridional del mismo templo, se puede leer: "Con temor adelántate
por la puerta del teólogo" (ibid., 278, n. 11).
Entre los padres y escritores eclesiásticos le otorgan este título a San Juan,
S. Atanasio (Contra gentes, 42; pg. 25, 84) y Orígenes (Fragmenta in Johannem,
CGS, 483, 14).
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